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Me opongo y denuncio al asesinismo rojo
Generando un clímax
Desde que se anunció la próxima abdicación de Su Majestad el Rey Juan Carlos I ha habido toda suerte de comentarios y reacciones oportunistas por parte de una izquierda que ha cosechado rotundos fracasos electorales en los últimos tiempos, que pretende reeditarse y relanzarse en otras abdicaciones paralelas. (Véase Rubalcaba como ejemplo.)
Algunas manipulaciones son tan ridículas como la del aldeano periódico «veinte minutos», quien nos anuncia en enorme titular de portada y un día más tarde de que España entera conociese el suceso: «el Rey <<claudica>>» [Sic.] «Claudica» y no «abdica». En este caso tenemos una táctica recurrente de las izquierdas, consistente en cultivar en modo expreso el error y la ignorancia para valerse del resultado. Mientras que abdicar consiste en la renuncia o cesión de la soberanía, la claudicación se produce cuando se termina por ceder a una presión o tentación, tras su oposición a la misma. Sutil «nuncdimittismo» * con que se apuntan un tanto quienes pretenden la victoria de lo que definen como democracia y constituye todo lo contrario a este sistema. Siguiendo sus reglas periodísticas, puedo afirmar que 20 minutos es un medio malformativo , que no informativo.
Por regla general, están cosechando la siembra de las especies que vertieron sobre la cacería de elefantes y el escándalo del caso Noos, en donde la opinión se ha saltado la presunción de inocencia que rige al Estado de Derecho y hace prevalecer la sospecha sobre la sentencia, el parentesco sobre la autoría del delito. Aun así, ¿Por qué alzarse ahora en contra de la Monarquía? Por mero oportunismo, es evidente. Planteado con todos mis respetos: Si resulta un Régimen improcedente, sobra el Rey, no el Rey Juan Carlos I o el Rey Felipe VI. ¿Por qué hasta ahora no sobraba?. Si es conveniente tener un Rey, podría cuestionarse su legitimidad al Trono, pero no esta conveniencia por el accidente de que hay una Sucesión. Quede claro que no entro en esta polémica sobre Austrias y Borbones (Y quizá otras Casa que ni conozco), que no soy afecto monárquico, pero que tampoco soy contrario al Reino. Intento elucidar la cuestión y exponer su trasfondo.
Mantras a manta
Del mantra de que «Su Majestad el Rey es garante de la Democracia» pretenden pasar al contrario, que «queremos democracia en España». No, la democracia no la trajo Suárez, aunque la consolidara – Dicho sea con todos mis respetos al difunto y especial afectación por la enfermedad de Alzheimer que padecía- Vino encarrilada por la Corona, que puede decirse que llegó de las manos del anterior Jefe de Estado, el Generalísimo Franco. Esto es historia, esto es realidad. Pero hay otra realidad que no puede pasarnos por alto: Democracia, lo que se dice democracia, es un sistema de decisión basado en la emisión reglada de votos previamente autorizados, ni más ni menos. Podrá atribuirse a este medio de decisión todo tipo de virtudes o defectos; pero miente quien pretenda ir más allá, afirmando que no hay más democracia válida que la que quiere imponer, que la mera existencia de este modo implica el derecho a que todo lo existente sea sometido al mismo, o el contrario de que sólo se refrende a quien va a gobernar, invalidando cualquier autoridad existente, sea cual sea su origen.
Porque la legitimidad radica en la naturaleza de las cosas, no en el medio en que se decide si son válidas o deben eliminarse. Quien piense que el sufragio puede validar un crimen está anteponiendo la voluntad a la justicia y tomándola como bien supremo, como principio que ordena la legalidad. Esto, (y nada más que esto) es lo que buscan quienes vienen ahora exigiendo «democracia» [O «democracia REAL» para mayor guasa] tras casi cincuenta años de alegar que sus pretensiones son las únicas legítimas «porque en España hay democracia».
Guillotina, democracia y república
No estoy llevando nada al extremo ni a la parodia, sino al lado doloroso de la verdad. Esa verdad que constituye en la erección de una guillotina en una plaza de Valencia, de la edición por parte de ERC de las conocidas (y lamentables, delictivas y punibles) pegatinas de «mori el Borbó», de los lacerantes mensajes de twitter y faceboock en burla o justificación política del asesinato de Isabel Carrasco a punta de pistola.
Como base, el mito de la bandera tricolor, de la «soldada macha» republicana con el fusil al hombro. El terror robesperiano. Como cima, los mismos que afirman que la patria es un mito para engañar al trabajador, un pasado en leyenda negra y otro de más negra realidad sobre quema de iglesias y martirio de todo aquél que se opusiera a su régimen. Como contrapunto, el espantajo en que han convertido a Francisco Franco al hacerle depositario de todos los desmanes que se les ocurren, de la culpa de todo lo indeseable que suceda en España y la prohibición de que sea considerado con un mínimo respeto o al menos, como humano.
Pasamos de la soga al cuello con que cuelgan la etiqueta de «franquista» a todo lo que les pueda suponer un obstáculo, a la cuchilla de acero. Porque sólo decapitando al rey se va a conseguir que «el Pueblo» viva dignamente. Para conseguir esta vida (¿Qué duda cabe?) Todo el que se oponga a este asesinismo, a la cola; que la hoja afilada suba y baje constantemente.
Miren ustedes: Si tengo que ser «franquista», «monárquico» o «fascista» por oponerme a este atropello, ¡Viva Franco, viva el Rey! Y ¡Viva lo que se diga para quedar como fascista, menos la ETA que sí lo es!.
Con una frase no se gana a un pueblo
Porque no pueden seguir fundamentando todo en la conjetura de que el «Pueblo» es quien lo decide, tomando como «Pueblo» a sus afines -que no todos los españoles- y como decisión de todos, las que ellos tomen.
Es un verdadero resquicio de la democracia el que tenga que estar sujeta a normas exhaustivas que la regulan para evitar que se convierta en un medio de opresión. Pero este efecto deviene de su naturaleza humana y de derecho, de justicia y decisión; circunstancia que comparte tanto con lo legítimo como con lo ilegítimo. Es resquicio en lo ejecutivo, pero no la menoscaba cuando se sujeta a las necesarias consideraciones éticas. La respalda.
Votar la supresión de la Corona a la sombra de la guillotina o del fusil, bajo la amenaza, sería democrático. Pero sería opresor, injusto y abusivo. Ésta es la democracia que quieren imponernos quienes levantan ahora el puño para decir que aún no nos ha llegado. Y la decisión de que la vuelta del terror nos traiga una era en que se cumplan intentos nada definidos no es otra que la de los «assassins», facción musulmana seguidora del líder Abdul Àssas de donde proviene el término «asesino» y que se caracterizaba por sus matanzas indiscriminadas para obtener una victoria que era más suya que de Alá.
El asesinismo es un sueño inducido
Una pesadilla. En un contexto reinventado, se descartan subjetivamente unos aspectos y se sobredimensionan otros como germen para una posterior radicalización. Tuvimos este fermento en una hábil exposición gradual a que nos sometieron las izquierdas con sucesivas campañas como el «no a la guerra»(De Irak, la da Afganistán sí, por supuesto.), la reacción frente al atentado del 11-M u otras tantas añagazas oportunistas en que supieron generar un populismo aparente los mismos que acallaban las manifestaciones más numerosas de la historia de España.
Tras este cultivo y en esta criba, se nos sometió a la opereta de los «indignados», en donde se recogieron sólo las propuestas que interesaban, desoyendo y callando el resto que pudieran emitirse en las plazas de Sol y Cataluña. Se generaron también planteles específicos, como los «escraches» a políticos -ya con su violencia y su terror, para conseguir la exposición gradual-, el «Gamonal», «Stop desahucios»…
Porque se quiere prometer un cambio radical, para el que es forzoso el radicalismo, para el que es forzosa la fuerza. La estrategia es llevar a una espiral de rupturas con lo establecido y compromisos con quienes ahora establecen, en pos de una geometría de promesas y presunciones que no tiene otra base que el anhelo de poder. Lamentablemente, funciona.
Es el único que tiene una izquierda derrotada por las circunstancias. Pero sobre todo, por su propio fracaso e ineptitud.
¿Será mejor la república que vendrá o la que ahora nos gobierna?
Nos proponen ahora una república, acallando cómicamente la circunstancia de que no vivimos otra cosa desde lo que llaman «la Transición» y una «nueva Transición» a lo que (como la otra) no es más que un cambio brusco. ¿Por qué no le llaman «revolución», si es verdaderamente lo que sueñan?. En esto consiste lo que nos dicen, y en otros países usan esta palabra fetiche constantemente, cuando se limitan a promover algún altercado simple con que mantener en el cargo a quien gobierna.
Según ellos, se puede matar a un rey por el mero hecho de serlo, para conseguir «lo más justo», o por simple triunfo del «Pueblo» ya descrito. También se podía quemar la Conferencia Episcopal y «la única Iglesia que ilumina es la que arde». Profundizando algo más, resulta que Bildu-ETA no debe sufrir el «agravio» de verse forzados a condenar los actos terroristas, los muertos y la coacción.
No todo queda en palabras, como demuestran la bomba del Pilar o los numerosos intentos de quema de iglesias (Algunas veces con personas dentro). Señores: Están jugando con fuego.
Como con fuego juega el CUP, alentando a los okupas del «GamoSants» que queman la excavadora que derribaba legalmente un edificio usurpado, o la furgoneta de TV3.
Cada vez está más justificada la violencia, teniendo como único requisito que sea útil a unos y obstáculo o molestia para otros. Pero ¿Cómo no se iba a terminar así (o peor), tras establecer que existe el derecho a matar que suponen el aborto y la eutanasia?.
Por Luna.