Barcelona Vida

defensa de la vida y la familia, valores, sociedades intermedias

Posts Tagged ‘educación

Los ojos son el espejo del alma, I

with one comment

SABER VER CON LOS OJOS DE LOS NIÑOS

 

De la película Marcelino Pan y Vino

Se inicia con esta entrada una nueva serie de artículos de Juan Valls, profesor y pedagogo de gran experiencia que sabe reflejar en textos sencillos los conceptos más necesarios. Su capacidad de síntesis y su habilidad para exponer evitan toda farragosidad y dejan muy claros los principios, con ese buen hacer profesional de dejar para los padres su parte de actuación y su libertad. Como corresponde a una persona de buena voluntad que viene aquí a tendernos una mano y sabe cómo hacerlo. Para leer otras entradas, podéis escribir «Juan Valls» en el buscador interno de este blog. Es autor de la serie titulada «Un clima de confianza».

 No dudéis en preguntarle, os responderá con satisfacción. Basta con que escribáis un comentario y el blog se pondrá en contacto con él y os hará llegar la respuesta.

1.- El aforismo que dice: “Los ojos son el espejo del alma” nos será muy útil en la educación de los niños. Los ojos del niño no saben de engaños; luego, mirando a través de ellos, vemos el fondo de su alma.

Está comprobado que el niño, aun siendo el mismo en casa que en la escuela, reacciona de modo diferente en un sitio que en otro. La razón más clara es que las condiciones que le rodean son bastante diferentes también. Se podría decir con propiedad que el niño, al empezar a asistir a las clases colectivas, se enriquece. Sus posibilidades de crecimiento interior se multiplican. Tanto su alma como su cuerpo buscan nuevos modos de realización. Por eso, no nos debe extrañar que nos informen de que nuestro niño es quieto y reflexivo en la escuela, cuando resulta que en casa es el único de todos que no tiene ni una idea propia.

He tenido ocasión de observar frecuentemente la sorpresa de los padres al enterarse de estos comportamientos, aparentemente contradictorios, de su hijo. Dicen: “En casa es así, y en la escuela de otra forma”.

La sorpresa de los padres se vuelve un deseo sincero de conocer más profundamente a este hijo. Se dan cuenta de que hay personas, los maestros, que conocen muchísimas cosas que ellos no conocen. ¿Qué padre o madre, después de una entrevista con un buen profesor, no ha sentido el deseo claro y sincero de continuar esta interesante relación?

Sin embargo, el intercambio es tan fructífero por un lado como por otro. Digo como profesor: “Delante de los padres soy un verdadero ignorante. ¡Cuántas cosas no voy yo a desconocer!       ¡Cómo me ayudarían a educar a este niño!” Sí, con frecuencia los maestros luchan contra verdaderos enigmas; todo su entusiasmo e ilusión chocan contra la pared impenetrable de unas reacciones inesperadas del niño. Lo sé por experiencia: los maestros agradecen muchísimo que los padres vayan a verlos, que intercambien con ellos toda su larga experiencia sobre ese niño en particular.

A veces, cuando no encontramos el momento para presentarnos en la escuela (como padres), hemos de hacernos todas estas cortas reflexiones; yo diría que hemos de ser, una vez más, realistas, y pensar si estamos cumpliendo el expediente o, en cambio, haciendo una labor perfecta.

Es indudable que queremos lo mejor para nuestros niños. Entonces…, ¿por qué no ponemos todos los medios?

Si alguna vez no podemos, pase. Pero que, semana tras semana o año tras año, hayamos dejado pasar estas oportunidades, no debería ser. Además,  ¡teniendo en cuenta lo contentos que quedamos cuando lo hacemos!; nos damos perfecta cuenta de que el amor hacia el niño es entonces más real, buscando lo mejor para él, pues alcanzamos un completo conocimiento de su trabajo y de sus posibilidades.

Written by barcelonavida

junio 18, 2013 at 12:50 am

La confianza como actitud educativa (Conclusión)

leave a comment »

Terminamos este primer artículo

Hemos desarrollado algunas de las cuestiones que más preocupan a padres y educadores profesionales. En esta ocasión ha sido en torno a la confianza, por ser algo así como el secreto que puede hacer el milagro de una buena educación.  Aunque el personaje central es el niño -la niña-, su vida se desarrolla en el ambiente familiar, escolar y social, siendo la síntesis de todo ello su agitada y cambiante vida interior.  Pensamos que en un trabajo de esta índole, formativo, no solo informativo, debemos tener en cuenta este sabio razonamiento -ya lo decíamos al principio-: Observan a los hombres, como es de suponer, y ven sus defectos, pero luego construyen sus sistemas como si tales defectos no existieran.  Seamos sinceros: quizás muchas veces nos interesan los ejemplos, no la teoría. Pero la teoría nos ayuda a reflexionar. En los próximos artículos, intentaremos aportar principalmente anécdotas, pero el lector o lectora deberá acudir a la reflexión teórica para poder introducir verdaderos cambios en su quehacer educativo.  La confianza es un secreto, ciertamente difícil de desentrañar. La confianza es señalada insistentemente como una actitud que favorece la comprensión, la mutua ayuda, la convivencia humana. Además, se considera también como parte de una disciplina que se basa en la libertad y en la responsabilidad personales.  Una actitud con dos facetas que se complementan y que deben desarrollarse simultáneamente, que engloban virtudes y valores de los más dispares. Actitud que nos hace considerar como importantes los más pequeños detalles de la convivencia diaria.  Ofrezco, pues, algo de primera mano, fruto de la experiencia y de la reflexión diarias, vividas en primera persona. No he adjuntado ninguna referencia a otros estudios y obras, específicos o generales. Deseo que estas páginas -las que he incluido en el primer artículo y las que siguen ahora -en los próximos artículos- resulten útiles y amenas, y sean realmente una colaboración más entre las muchas y muy buenas que ven la luz diariamente.

Juan Valls Juliá

Barcelona, 24.5.1974 – 24.5.2013

Written by barcelonavida

May 28, 2013 at 1:00 pm

Confianza y modelo educativo, capítulo I: Un clima de confianza

with 2 comments

«Educador es aquella persona que sabe sacar a la luz las cualidades de otras personas».

 Tomo como lema de esta serie de entradas esta brillante definición, tanto porque deja claro el concepto, como por definir el estilo sencillo de su autor, Juan Valls Julià. Maestro y pedagogo por profesión -y  probada vocación- el autor reúne aquí la experiencia de toda una vida entregada a la enseñanza.

En este primer capítulo ha abordado una cuestión que a muchos se nos hace difícil, pero necesitamos tener muy clara: ¿Por dónde empezar?. Todos los que hayamos iniciado alguna novela o ensayo nos hemos encontrado con este mismo problema, no siendo pocas las veces que corregimos los primeros párrafos, parece que de ellos dependa el éxito de la narración. Y todos los que hayamos tomado un primer contacto con niños a los que pretendamos educar, nos encontramos con la misma pregunta. La actuación sobre un niño no admite tantas enmiendas como un borrador escrito, por lo que es imprescindible empezar con buen pie.  Juan Valls viene aquí a disipar muchas dudas al respecto. Gracias a su exposición, podemos empezar esta tarea sin necesidad de muchas enmiendas posteriores, pero en la facultad de efectuar las correcciones que sean necesarias.

Los editores de este blog agradecemos esta colaboración, sabiendo que va a constituir también una preciosa aportación a la labor de muchos lectores.

Barcelonavida.

Confianza y modelo educativo

Capítulo 1: Un clima de confianza

 

          No sé por qué, me da la impresión que lo que más acompleja a un niño es sentirse dominado y manejado por la superioridad de los mayores que le rodean. Sabemos y estamos convencidos de ello: un niño actúa y desea actuar como niño. A los mayores esto les pone un poco nerviosos, porque les gustaría que ese niño actuara como si fuese mayor. Muchos adultos -digamos mayores- abruman a los niños con infinidad de consejos y reprensiones, como echándoles en cara que no sepan hacer las cosas.

          Yo pienso a menudo lo que me ha costado una determinada habilidad. No por eso miro con desprecio y suficiencia a un niño que aún no la ha adquirido. Me esfuerzo por comprender que él, si se lo propone y Dios le da vida, lo llegará a conseguir también.

          En su interior, el niño puede razonar de modo parecido a esto: «Si al menos pudiera pensar lo que me dicen; no me dan ni tiempo», o «No entiendo nada de lo que me mandan, pero no me queda más remedio que hacerlo», o «Mi madre me lo dice como si fuera tan fácil de hacer; ni que yo fuera un superniño…».

          Mi impresión es que el niño es consciente de que está aprendiendo y de que, poco a poco, llegará a hacer y comprender las cosas; simultáneamente, se encuentra, con frecuencia, con aire y complejo de fracaso porque no dispone del tiempo suficiente para ello. Este tiempo y comprensión le han de ser facilitados por los educadores. En el fondo, esto no es más que entender bien lo que significa la palabra educador: es aquella persona que sabe sacar a la luz las cualidades de otras personas; en una palabra, consigue con habilidad y celo que lo que una persona lleva escondido y en forma de germen, se convierta, en el tiempo conveniente, en una virtud clara y sólida.

          Cuando mandamos algo a un niño, podemos saber si aquello le gusta o le disgusta, si se encuentra con fuerzas o no para hacerlo, y hasta si se encuentra capacitado o no. Todo esto lo sabemos al mirar a los ojos, directamente, si de verdad queremos profundizar en el interior de este niño. Los educadores que mejor consiguen esta habilidad son los que, de corazón, aman a los niños, a cada uno en concreto. También lo consiguen otras personas que, con mayor frialdad, se dedican al estudio del niño, pero a estos se les pasan por alto, muchas veces, detalles significativos.

          Se ha hablado bastantes veces de los educadores que regañan, de los educadores gruñones, de los pesimistas o aguafiestas; sus juicios negativos y excesivamente exigentes crean en el niño una disposición total de fracaso, de impotencia que configura tremendamente el carácter. Es muy triste verles a estos niños en la clase.

          Más de una vez, me ha ocurrido la anécdota siguiente: Estábamos todo el grupo de niños empeñados en ordenar unas plantas y partes de plantas; incluso yo había sugerido que se podían pegar, con cinta adhesiva transparente, en el cuaderno de Ciencias. Tras muchos esfuerzos, lo fueron haciendo casi todos. Pasaba entre ellos para dar mi opinión. Era interesantes ver la cara de algunos cuando les alababa el trabajo, en general bastante mal hecho, sucio o mal pegado; me miraban asombrados, como si yo les engañara. Pues bien, más de uno, sin explicaciones, rompía su trabajo y, con gran ilusión, volvía a empezar un trabajo hecho con más perfección. Me imagino que, por dentro, pensaría que si aquello le había salido bien la primera vez, iba a demostrar ahora de lo que verdaderamente era capaz.

                                      ………………………………………

          Un posible resumen de este primer capítulo o apartado sería proponernos no aceptar modos de educar, de conocer y tratar al niño, que no hayamos analizado bien, que no tengamos bien razonados.

          ¿ Se comprende esta idea ? Saber ponderar los hechos. Puede llegar un niño llorando y yo consolarle y no pensar más en ello. Muy bien, pero yo a este hecho no le daría ningún valor, si lo dejara pasar así. Me atrevería a decir que los hechos que no llevamos a una consideración detenida (aislados o agrupados), a una ponderación, son, a lo sumo, una pérdida de tiempo.

          Termino recordando el título -Confianza y modelo educativo-. La actitud de confianza debe empapar nuestras relaciones con los niños, sean hijos o alumnos y, por extensión a todas las personas que nos rodean.

          En los siguientes apartados, iremos repasando más y más modos concretos de cómo hacerlo, de cómo prepararnos a aplicar un modelo educativo eficaz.

Por Juan Valls Julià.

Written by barcelonavida

marzo 25, 2013 at 4:39 pm

El juego, ¿Octavo arte?

with one comment

Dice Calamardo -No nuestro apreciado comentarista habitual, sino el personaje de Bob Esponja- que «El arte es la ordenación expresa de elementos sensibles, conformando con ellos expresiones intencionadas ordenadas a la expresión «. [Episodio II de la Atlántida, «Atlantis squarepantis»].

De ser así, el juego sería el más favorecido modo que las musas nos brindan para este ejercicio. A través de él, podemos recrear nuestra vida, representarla y simbolizarla, plantearnos soluciones y preguntas, dar salida a las emociones y expresar nuestros sentimientos. Innato en el humano y aun en muchos animales no racionales, lo empleamos desde estadíos muy anteriores al uso de razón y sirve para desarrollarla, teniendo un marcado potencial de desarrollo mental y un elevado índice de cualidades humanas de todo tipo: Intelectivas, emotivas, mnemónicas, perceptivas…

Hoy me he encontrado a mi hija con los cacharritos de cocina por el suelo. Ha colocado una tapa de lata de foie-gras sobre un puchero minúsculo, le ha enfrentado un vaso y sobre él ha colocado una pera de juguete. Y me ha presentado la obra: «Mira, papá, un «música». Y me he quedado sorprendido, porque allí había un  tocadiscos de vinilo, perfectamente reconocible. Es curioso que ha visto emplear este aparato en muy pocas ocasiones, pero le llamó la atención y quedó en su memoria, aflorando en apoyo de una de sus canciones alegres y completamente improvisadas, en donde música y letra son siempre diferentes.

Picasso palidecería de vergüenza ante su poca creatividad, viendo la estilización o la completa labor de abstracción que supone una de sus «palomas» de construcciones Lego, cómo consigue sacar un martillo con tres piezas (Labor de síntesis de diseño) o la forma de vestir a su querida muñeca María José, una matriusca rusa, de ésas muñecas de madera que se guardan una dentro de otra. Y me llega en otra ocasión con un «collar» que se ha apañado mediante el ingenioso procedimiento de colgar un CD de un chorizo. (¡Con el vestidito blanco, ya veremos cómo quitar las manchas!)

El misterio

En gran medida, el niño se autoeduca cuando juega. Algo muy poco explorado en el campo de la pedagogía es este mecanismo misterioso de proponerse a sí mismo ejercicios para complementar lo que la realidad demanda, de cómo puede funcionar la autoevaluación, pero es indudable que el complejo autodidáctico que supone dice mucho de la esencia misma de la educación y de su propia naturaleza, aunque nos abra amplios interrogantes. Mirad a un niño jugando en solitario o acompañado de sus amigos y encontraréis mejores premisas formativas que en la carrera de pedagogía.

Hay elementos que pueden quedar distorsionados, ya que la educación comprende formación más información y ésta segunda puede faltar por completo a las cuestiones que en aquél momento se esté planteando en su fuero interno. Así sucede cuando representan algunos roles profesionales de adultos, sobre todo, cuando interpretan el oficio de sus padres. (Imaginemos que son intendentes mercantiles, ¿Cómo va a saber un niño en qué consiste este trabajo?), por lo que hemos de tener claro que esta educación necesita nuestro complemento informativo, basado siempre en los rudimentos que ellos mismos sepan establecer, como en el caso de jugar a médicos.

Pero el gran misterio de todo esto es la rectitud en que se cifra esta autoeducación, el empleo de recursos casi ilimitados, que se orientan al ejercicio de valores que -en su mayoría- no les ha explicado nadie. Creo que el Ángel de la Guarda preside estos planteamientos. Una pregunta sin respuesta: ¿Por qué se da tan perfecto equilibrio entre los factores que influyen y la solución?. Pienso que un experto podría descifrar un plan de formación subyacente que sería incapaz de mejorar.

Enemigos del juego

Creo que su principal obstáculo es nuestra visión de adultos y constante tendencia a corregirlo todo, a coartar sus iniciativas y dirigir sus actuacionbes hasta el infinito. El juguete será un enemigo del juego cuando supone su negación, porque no brinda demasiadas oportunidades para hacer nada con él o no responde a lo que el niño pide. Podrá tener luces de colores y música y ser fantástico para nosotros, pero representa quizá un tiempo precioso, perdido para él en aburrirse.

Los niños no han de tenerlo todo y a menudo les damos aun más de lo que desean, pero sin que nuestros desvelos coincidan con lo que necesitan. No digo ya las videoconsolas y otras animaladas -que soy partidario de prohibir-, sino el estúpido móvil de las tiendas de chinos, que se niega a perpetuidad en convertirse en un helado, una pianola o un cohete a los ojos de nuestros hijos. Sólo sabe hacwer ruidos estridentes y dejar cachitos de plástico por toda la casa. Pero ¿Y un trozo de papel de envolver regalos? Si llega en el momento oportuno, será un turbante, una manta-raya, las venerables vestidyras de la Madre Teresa de Calcuta o una montaña. Y es que también hace mucho la oportunidad, unas veces conviene dar salida a la violencia con una pelota y otras, sentarse a dibujar mariposas.

Otro problema que puede surgir es la evaluación que hagamos los padres, creyéndonos tan buenos psicólogos como peluqueros, temiendo a los «juegos bélicos», a la «competitividad desmesurada» o alimentando cualquier otro miedo de moda cuando no han hecho acto de presencia. (Sin embargo, se nos puede pasar por alto la tendencia obsesiva de usar todo el día el mismo juguete durante meses.) Os lo digo: El niño sabe de jugar mucho más que nosotros y podrá compensar muchos problemas de este tipo en donde quizá valga más que ni nos asomemos, porque no acertaríamos. Ahora, todo esto sucede cuando el «misterio» no ha sido contaminado. Si se lesiona, no respondo de él.

Cuando el éxito se convierta en único objetivo, desde el momento en que reglas claras pasen a ser odiadas por el niño, hay algo que ya no funciona. También cuando la imaginación no les auxilia, cuando se convierte todo en liderazgo o en modo de rechazo a algún partícipe o en única actividad lúdica, con resticción de todas las demás, el «misterio» ha fallado ya y pide el apoyo de un adulto, que debe conocer el material que está tocando para que no sea peor el remedio que la enfermedad.

Los deberes escolares no son contraposición necesaria y en el fondo, tampoco suponen una mayor obligación que la de jugar, aunque parezca paradógico.  Si las inquietudes no se subliman generan problemas, si no se da el descanso -casi espiritual- del juego, las condiciones de percepción quedan en muy mal estado, por lo que se resentirán la atención, el cálculo o la actitud. Por tanto, sirva el precepto de los maestros de escuela de antaño: «Hay un tiempo para jugar y otro para estudiar y las dos cosas hay que saber yhacerlas muy bien.»

Y un punto que coloco casi para contentar a quienes me han dado cursos sobre esto, porque aparecía por el temario: Hay que tener cubierto el equilibrio homeostático. (¿El cóóómor? Nada, que hayan hecho pipí y caca, dormido, comido y demás, dicho en lenguaje paterno paladino. Añado a esto el que no se estén petando de frío o asando de calor.)

Sociabilización

Dos personas que se quieren pueden pasarlo muy bien con muy poca cosa. En cualquier terraza de bar, veréis a parejas de novios felices con un café y un cigarrillo. (Incluso sin él.) Además, las personas que se quieren desean también pasarlo bien juntos y al parecer, una cosa alimenta a la otra. Veo a muchos padres preocupados porque en la adolescencia quieren «ganarse al niño», que dan por perdido. Lamentablemente, muchos de ellos dedicaban su tiempo de ocio a sus aficiones personales, mientras sus hijos jugaban solos o entre ellos. No podemos pensar que al niño, le damos una peonza y ya está entretenido. No porque sea falso, sino porque es incompleto. Hay cualidades que nacen en partidillos dé fútbol o perdiendo al bakgammon y pueden no aparecer de otra manera.

En el fondo, es sencillo: Las personas nos hemos de relacionar unas con otras en ciertos ámbitos: Familiar, escolar, en la calle, en el trabajo… Se trata de que nuestros hijos hagan lo mismo jugando, por lo que les conviene estar un rato con sus hermanos, otro con sus compañeros de clase, con los abuelos, los padres… Y cuidar que nuestro despiste no suponga que falten estos ratos durante mucho tiempo, que las compañías no sean eternamente las mismas, no monopolizarlo en el empeño de que siempre estén con nosotros y que jueguen también a solas.

Las edades determinarán los reglamentos y temática, siendo un buen criterio el de que todos puedan comprender y cumplir las reglas sin que suponga un perjuicio para nadie. Habrán de conocerlas todos y ser arbitradas en caso necesario, atendiendo a los principios de justicia que pretendemos que absorban los niños. No será beneficioso para ellos que hagamos clarísimos «pucherazos» para que gane alguien a quien no le toca. Quizá se aburra menos, pero la culidad formativa de este acto no es muy elevada. Resulta muy edificante para niños y adolescentes ver que han de condescender un poco con los más pequeños, aunque les ganarían sin esfuerzo. Y comprender que a papá le sobra estatura y habilidad para meter una canasta, pero deja al hijo intentarla aunque pueda suponer la derrota del equipo.

Hay unos roles reales y otros jugados. El maestro, el padre, lo seguirán siendo. El niño lo sabe y lo interpreta, aunque en aquél momento los tenga por indios apaches o contrincantes en una guerrilla de pinball. El padre cordial y afable puede ser un sargento adusto e inquebrantable en contraposición. esta interpretación tiene mucho de teatral y sirve para técnicas afines a la psicoterapia en dinñamica de grupos, pero no podemos ir de listillos, no lo sabemos todo.

No hay nada más insoportable que una partida de Monopoly en donde el primero que ha caído en ekl Paseo de Gracia se hincha a cobrar impuestos, mientras los otros desean salir a chapotear en los charcos y llenarse de barro; ténganlo presente los adultos. ¿Cómo se va a aprender a respetar y seguir como deseables unas normas que se detestan?¿Cómo se van a apreciar mejor, si no traen otra cosa que una tarde de aburrirse y perder por lo mal hecho del reglamento?. El juego ha de incentivar e involucrar a todos desde su principio hasta que se acabe.

Y aquí acabo yo, aunque veo que me entusiasma el tema, por lo que «amenazo con volver», como decía un amigo mío a modo de irónica despedida.

Por inigo Ruiz

Written by barcelonavida

noviembre 19, 2012 at 4:09 pm

Publicado en Uncategorized

Tagged with , , ,

Observatorio de la televisión. 2, Entonces,¿Qué hacer?

with one comment

 ¿Qué sugiere el tratamiento de esta foto de la película «La gran familia»?

 El “Observatorio de la televisión” es una serie de entradas destinada al estudio de la influencia que ejerce este medio de comunicación. A fin de que pueda seguirse con facilidad, todas llevan este título de serie antes del que tenga cada episodio. De este modo, aplicando “observatorio de la televisión, Barcelonavida ” en los buscadores, aparecerán todas las entradas relacionadas con este tema.

 

¿Por qué no arrearle un trastazo a la tele y partirla por la mitad?

Si vimos en la primera entrada de este observatorio que la televisión tiene efectos nocivos -concretamente, que obnubila y hace perderel espíritu crítico- lo más sensato sería destruir este cacharro y dedicarse a otra afición. No lo recomiendo. aparte de que ya he hecho la disección de una pantalla de plasma moderna y veo que sus tripas no tienen el interés de las catódicas de antaño, creo que puede tener un sentido educativo, con la correcta dedicación y el necesario tratamiento. Educar es en cierto modo, prevenir y encauzar lo que en esta vida nos va a ir apareciendo, para que sepa encajarse en modo positivo. De nada serviría la burbuja protectora que aisle de todo peligro venidero, que en el fondo no tiene otra facultad que la de inhibir y adormecer al indivíduo.

Aunque duela decirlo, aunque me dé rabia hacerlo, la televisión forma parte de nuestra cultura y aun  de nuestro bien común, por lo que es forzoso aceptarla y conocerla. En «mi» siglo XII (En el que querría haber nacido) no había estos chismes ni estos problemas, pero me han tocado el XX y el XXI y no solo he de aceptar este electrodoméstico charlatán, sino que además, tengo vedado el uso de armadura y espada. En fin, no se puede tener todo lo que se desea. Como contrapartida, disfruto de este blog y se ha descubierto el tabaco.

Dijo Leonardo Da Vinci que «Quien no sabe disfrutar los placeres de esta vida, no los merece». Probablemente, si hubiera visto un par de anuncios y dos reality, habría comentado algo más sobre el formato, la proporción y el tratamiento del color. Pero no lo hizo, así que he de quedarme con lo que dijo, sin entrar en lo que diría.

Aparte de esto, la experiencia en mis sobrinos me ha demostrado (convencido, persuadido más bien) de que este instrumento sirve para favorecer justo lo que destruye: El espíritu crítico. La verdad es que no podía creer en lo que hacía mi hermana con sus hijos y en más de una ocasión, le comenté que no debía tener demasiada confianza en sus logros, que se estaba metiendo en una batalla perdida de antemano. Sabed que mi hermana Elena se agarró por banda a sus  super-enanos y los plantó delante de la catódica de treinta pulgadas, sometiendo a los dibujos animados al tercer grado de un ejercicio de comprensión. ¡Y aún hay quien cree que la carrera de filología no sirve para nada!…

A los siete años, mis sobrinos podían responder a múltiples preguntas sobre lo que estaban viendo, dar su opinión personal, imaginar cómo seguir o cómo podría acabar la historia, decir lo que en ella encontraban a faltar o lo que más bien, les sobraba. Y sabían qué programas no eran aptos para su edad, pudiendo decir el motivo. Hoy van por los veinte años y es un verdadero placer oirles discurrir sobre la programación, ver cómo son capaces de encontrar segundas intenciones, presentaciones manipulativas o sesgadas. Pero no se termina el buen rato cuando se pasa a otro tema de conversación, ya que sus aficiones son multiples y en todas ellas se da una efusión de su personalidad. Es por ellos que no lo doy todo por perdido.

Recuerdo los rudimentos de estas enseñanzas, cuando eran verdaderos microbios. Mi hermana les daba el mando a distancia y les hacía elegir un canal de entre los que tenían permitidos. Ellos lo hacían y encontraban el comentario sobre el mismo: «Estos dibujos son muy violentos y en ellos no se enseña a tratar a los amigos, sino a ganar siempre». O bien: «Aquí se enseña mucho sobre lo bonita que es la naturaleza, pero nada más, ni siquiera han querido los que hicieron esta serie que sus personajes tuvieran papá y mamá»… Pronto vieron por sí mismos cómo se estaba presentando una realidad distorsionada o falta de todos sus componentes, en donde había valores que nunca se manifestaban y otros que lo hacían en exceso, sin ser preponderantes.

Y había que verles cuando escuchaban la sonatina de Rubén Darío, lo mismo que era necesario responder qué era una hipsipila, o porqué era deseable que dejara la crisálida… (La princesa está triste, la princesa está pálida).Para cuando se inventó Harry Potter, mi sobrino se encajaba el libro entero, de un grosor más que considerable. Vió luego la película y era sorpresa de sus compañeros de clase lo que sobre ella decía, proponiendo nuevas escenas o encuadres, suprimiendo pasajes que algunos tenian por colosales… Pero también era cosa de ver cómo imitaba a un taxista gallego y a un futbolista canario, en una conversación que improvisaba. Todas estas actividades tienen un tronco común: El análisis y las conclusiones encaminadas a la respuesta, que luego es distinta en cada caso.

Cierto que mis sobrinos gozaron de las narraciones de Gloria Fuertes (De quien mi hermana es gran admiradora), de los cuentos de Perrault y de los polichinelas, que no fueron embalsamados por la factoría Disney. Esto les hizo mucho bien. No lo tuvieron todo resuelto en dibujos de alta definición, sino que habían de representárselo mentalmente. Así, cuando se estrenaba «Aladdin», me encontré que  la estaban «viendo»… con la «tele» apagada. No me resulta difícil explicarles cómo funciona una linotipia o una pianola sin recurrir a papel ni fotos, usando simplemente de la descripción verbal de su funcionamiento, aunque se trate de aparatos que no han visto en su vida. Pueden reir con Góngora o Quevedo, sin necesidad de que nadie les explique sus agudezas y aun serían capaces de imitar su estilo.

Todo esto (y quizá más) es fruto de una actitud y de un ejercicio que se han dado en gran parte frente al televisor. No, no lo rompáis, puede ser una buena escuela. Ya veremos cómo.

Por Luna.

Written by barcelonavida

julio 2, 2012 at 1:03 am